Seipaz - Blog - No tiene que ver contigo

No tiene que ver contigo

Teresa.

Teresa tiene 18 años, es hija única y vive con su madre. Estudia, trabaja y sale poco con sus amigos. Su madre trabaja todo el día para darle una vida cómoda.

A pesar de su afecto hacia su mamá, esta última tiene dificultades para demostrar el amor que siente por su hija e incluso se incomoda cuando Teresa la abraza cariñosamente.

Cuando la chica enfrenta problemas, su madre interviene y lo resuelve. Si el conflicto es con sus amigos, toma acción rápidamente ignorando lo que Teresa quiere hacer para solucionarlo. La joven se calla y se guarda la frustración que siente.

Teresa sufre un trastorno alimentario y problemas de salud constantes.

Rodrigo.

Rodrigo es un hombre de 40 años, casado y padre de dos niñas. Tiene una vida estable y es bueno haciendo negocios. Quiere y cuida mucho la relación con su esposa e hijas. Padece de insomnio y solo duerme pocas horas. Además, no está satisfecho consigo mismo o sus logros. Experimenta un gran vacío que no ha podido llenar.

La madre de Rodrigo los abandonó cuando él tenía 5 años, dejándolo a él y a sus 2 hermanos mayores a cargo de su padre, un hombre educado, exitoso, bien parecido y rico, pero también narcisista, manipulador y violento —verbal, psicológica y físicamente con su mujer y sus hijos.

Rodrigo cree que su padre mató a su mamá y, por eso, ella nunca regresó por ellos.

El padre tuvo varias parejas, pero nunca se volvió a casar. Rodrigo tuvo una infinidad de figuras femeninas con quienes creó un lazo afectivo, durante el poco o mucho tiempo que permanecieron en la vida de su padre.

Rodrigo empezó a pelear con su padre cuando tenía entre 9 y 10 años y las discusiones se hicieron más intensas durante su adolescencia. Aunque era el hijo menor, Rodrigo le enfrentaba porque no soportaba la forma en la que los trataba. A los 19 años, tras una pelea a golpes, el padre lo corrió de la casa amenazándolo con una pistola. No regresó a vivir ahí nunca más.

¡No eres suficiente!

Querido adolescente:

Probablemente tú también has vivido experiencias más o menos retadoras con tus padres por las que te has sentido incomprendido, solo, frustrado, impotente, triste, no aceptado o no amado. Entiendo tu enojo y sé de tu dolor.

En este punto quiero decirte que estas narraciones no tratan de invalidar tu sentir, sino de compartir contigo historias con las que quizás puedas identificarte.

Sigamos.

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Lorena.

Lorena es la menor de cinco hijos, dos hombres y tres mujeres. Sus padres están divorciados. Su padre se encargó de la manutención de los hijos, mientras su madre trabajaba en la pastelería que fundó tras el divorcio y que la mantuvo muy ocupada y, por tanto, alejada de sus hijos durante su infancia y adolescencia. Los hermanos se cuidaron entre sí valiéndose sólo de su joven criterio.

Al regresar de la pastelería, su madre esperaba que la casa estuviera limpia y en orden; y las comidas y tareas hechas. Cuando no era así, castigaba a sus hijos tachándolos de irresponsables. Y, cuando, por estar cansada, no iba a trabajar, la situación no era mejor: les pedía a los chicos que buscaran qué hacer, mientras ella descansaba.

Lorena veía poco a su padre; sin embargo, tenía una mejor relación con él. Cuando ella tenía 15 años, él se se había casado con una exempleada de la pastelería y estaban esperando un bebé. Al enterarse su madre, le dijo que nunca más volvería a ver a sus cinco hijos y entonces él desapareció. Lorena sintió que perdía a la única persona de quien recibía amor y atención.

A los 20 años, Lorena se embarazó y el padre no quiso participar en la crianza de la niña.

Hoy, su hija, TERESA, tiene 18 años, no tiene hermanos y vive con su madre. Estudia, trabaja y sale poco con sus amigos.

André.

André es un migrante portugués, casado con Clara, una mexicana con quien tuvo seis hijos. Para proveer a su familia, trabajaba largas jornadas en un trabajo en donde las cosas no iban bien. Con frecuencia tomaba alcohol y se ponía violento con su familia. Clara, su esposa, era una madre amorosa con sus hijos.

Cuando André llegaba tomado a casa, Clara, aterrada, se escondía en los clósets con sus hijos o se ocultaba detrás de ellos. Cuando ellos peleaban, su hijo mayor, Ernesto, trataba de defender a su madre o a sus hermanos pequeños. André lo golpeaba y la madre, al ver esto, se congelaba o se iba a otra habitación para no ver lo que pasaba.

Ernesto es el padre de RODRIGO.

Habla su dolor

Querido adolescente:

Las personas heridas tienden a herir, no por revancha, sino porque las experiencias que vivieron se convirtieron en comportamientos para sobrevivir su propia difícil y dura situación.

Es lo mismo que tú estás viviendo.

Por eso quiero que sepas una verdad antes de que tu herida se haga más grande: cuando has vivido la expresión del dolor guardado de los adultos en tu vida, tus heridas del alma pueden estar ocultas e inactivas durante mucho tiempo o disfrazadas de comportamientos que parecen funcionales. Sin embargo, detrás de tu “normalidad” hay mucho dolor, miedo, angustia e incertidumbre. Y, sosteniéndolo todo, está una triste creencia arraigada:

¡Qué no eres suficiente!

Suficientemente inteligente, buena persona, digno de ser amado, capaz, ordenado, valioso, y todo lo que resuene para ti.

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La verdad te libera.

Cuando las heridas y este tipo de creencias limitantes se combinan, se vuelven un programa de comportamiento que se activa cuando crees o sientes que estás en peligro. Es en ese momento cuando comenzarás a actuar en automático, tal como lo hacen en los adultos de tu vida.

Estos comportamientos reactivos pueden coincidir con actitudes que te dicen que no te aman o no te aceptan. Pero si lo ves desde esta nueva verdad, podrás darte cuenta de que lo que los mueve es el programa que secuestró su consciencia, sus palabras y sus acciones cuando los hirieron.

Cuando hablo sobre esto con los jóvenes a quienes acompaño, con frecuencia me responden que la historia de sus padres o de los demás adultos, no es su asunto y es verdad.

Sin embargo, cuando puedes aceptar el hecho de que es la herida o el trauma en ellos lo que genera la reacción exagerada o violenta, serás capaz de reconocer que no se trata de ti no siendo suficiente o fallando. Verás con claridad a su programa mental corriendo en automático desde su propio dolor y también que eso no tiene nada que ver contigo o con tu esencia.

Ya lo sabes, ¿y ahora qué?

Es importante para mí compartirte este hecho, porque a lo largo de tu vida tendrás conflictos y diferencias con las personas más importantes en tu vida y con otras más con las que te verás obligado a convivir. Ellos tocarán tus heridas y tú las suyas.

Si estás consciente de lo que pasa, en ese momento te darás cuenta de que las personas cercanas a ti no te quieren herir con sus palabras y acciones. Si verdaderamente lo integras en tu forma de entender el mundo, lo que hacen los demás no lastimarán tu corazón, pues sabrás que es su herida hablando a través de ellos.

Y no sólo eso, comprenderlo te traerá más beneficios. Mira: si es a ti a quien le tocaron la herida y reaccionas de forma violenta o exagerada, sabrás que es momento de sanar ese dolor para eliminar ese programa que te hace actuar en automático.

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En la segunda parte de este artículo vamos a seguir hablando de este tema y te voy a compartir estrategias para que sepas qué hacer para tener relaciones más sanas aplicando lo que ahora ya sabes.